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jueves, 11 de noviembre de 2010


ALBERTO CARLOS. SÍNTESIS BIOGRÁFICA

Por Iván Carlos

Alberto Carlos nace en Fresnillo Zacatecas, el 6 de abril de 1925. Hijo de Francisco Carlos y Josefa Díaz, vive en su infancia –enmarcada en la guerra cristera- el peregrinar de una familia en busca de su propia tierra prometida. En 1939 llega a Chihuahua donde con su padre, su madre y seis hermanos, encontraría su establecimiento definitivo. Concluye su educación primaria en la escuela Centenario perteneciente a la tradicional colonia Santo Niño, barrio en el que alcanza su edad adulta, entre la muchachada ferrocarrilera.

Desde muy temprana edad, Alberto muestra dotes para las artes plásticas. Tras pintar un retrato del Héroe de Nacozari para una celebración escolar, recibe por primera vez un modesto, pero significativo pago a su creatividad. Este acontecimiento marcaría la vida del artista en ciernes.

Tras cumplir los 18 años, y con una modesta beca como único apoyo económico, se traslada a la Ciudad de México para estudiar la carrera de Artes Plásticas en la reconocida escuela de San Carlos, donde estudia con grandes maestros como José Chávez Morado e Ignacio Asúnsolo, entre otros, amén de conocer de cerca a los más importantes artistas plásticos de la época, como Diego Rivera, Frida Khalo y Juan Ogorman, para quien trabaja junto con un grupo de estudiantes de artes plásticas, en la elaboración del mural de la Biblioteca en Ciudad Universitaria.

Después de una acalorada discusión en un programa radiofónico, donde Alberto destaca por su agilidad de palabra, David Alfaro Siqueiros, le invita a integrarse como miembro activo al entonces marginado, pero aguerrido Partido Comunista, organización a la que pertenece por algún tiempo, para abandonar después por no responder a sus expectativas ideológicas.

Tras concluir sus estudios profesionales, decide regresar a su estado adoptivo, al que a partir de entonces entrega su quehacer profesional y humano.

En los años cincuenta, junto con el maestro Aarón Piña Mora, conforma la primera Escuela Libre de Artes Plásticas, institución que, bajo su dirección, abre un nuevo camino para el arte en Chihuahua. De ella egresan varios artistas que a la postre obtendrían gran reconocimiento, tal es el caso del maestro grabador Adolfo Quintero, con quien Alberto llevaría una amistad de por vida.

Los sesenta es una década sumamente prolífica y enriquecedora para Alberto Carlos. Por esas fechas comienzan a abrirse nuevos espacios en Chihuahua para los artistas plásticos, situación que el artista aprovecha al máximo para realizar un importante número de exposiciones en las que se ve favorecido por el gusto del público que acude a las mismas puntual y en gran número.

Destaca de aquella etapa, una exposición en la que, a la luz del cuartelazo en Cd. Madera, realiza y expone “Ellos sabían porqué”, cuadro homenaje a los guerrilleros caídos en aquel tristemente célebre acontecimiento histórico, con quienes Alberto simpatizaba y apoyaba ideológicamente, sin saber que “la cosa era armada”, como el mismo aseveraba. Dicho trabajo, amén de ser utilizado como portada para un libro relativo al mencionado movimiento y de sufrir un intento de adquisición y consecuente desaparición o destrucción por parte del gobierno estatal en turno, convirtió la exposición en un fenómeno popular que recibía contingentes de obreros y campesinos que veían reflejada en la obra, su realidad en aquel momento histórico.

El éxito no deslumbra al artista, quien al verse apenas tentado a caer en una fórmula comercial, decide cortar por lo sano, y ante un grupo de amigos y familiares realiza una inesperada quema de su obra. Docenas de trabajos de caballete se vuelven cenizas ante la asombrada mirada de los espectadores, quienes en medio del caos, logran rescatar algunas de entre las llamas. Por ahí, en algunas paredes pertenecientes a este selecto grupo, penden algunos de estos cuadros, orgullosos sobrevivientes del fuego de la autocrítica.

En 1967 , su inquietud natural de conocimiento y apreciación lo lleva a Europa, donde durante ocho meses, realiza estudios libres, hasta que, debido a una enfermedad respiratoria es hospitalizado en París, diezmando con ello su situación económica y obligándole a regresar a México, no sin antes dedicarse un tiempo a la realización y venta de retratos a los turistas que transitaban por algunas de las más famosas plazas de París, con la finalidad de costearse el pasaje de regreso. Esta vivencia pasaría a formar una parte entrañable del ya de por sí, rico anecdotario del maestro.

En 1968 es invitado a dirigir Bellas Artes, de la Universidad Autónoma de Chihuahua, encomienda que acoge como un especial reto, dada la precaria situación en la que la naciente escuela se encontraba, y que le colocaba al borde de la eutanasia institucional.

A costa de su labor artística, la cual sin dejar de manifestarse disminuye considerablemente, Alberto dedica los siguientes ocho años de su vida profesional a “revivir al muerto”, misión que supera con creces, convirtiendo a Bellas Artes en el más importante formador, gestor, promotor y productor de arte y cultura que chihuahua tuviera hasta ese momento, y dejando, al momento de su renuncia al cargo, en 1976, una institución sólida y preparada para continuar su evolución, misma que hasta nuestros días ha sostenido.

Alberto conserva su trabajo docente para nuestra máxima casa de estudios hasta 1986, impartiendo la cátedra de tercer año de pintura en el entonces departamento de Bellas Artes, e Historia del Arte, en la Facultad de Filosofía y Letras. Bajo su guía, surgieron varios de los actuales exponentes del arte chihuahuense, tal es el caso de Luisa Cano, Rodolfo Mariscal, Lucero, y Elsa de los Ríos, por mencionar a algunos de ellos.

Dentro de su quehacer formativo, destaca también su trabajo en el aula frente a varias generaciones de alumnos de educación media básica, en la ETIC 100, escuela creada tras la separación de la secundaria, del Tecnológico de Chihuahua, institución de la que el maestro fue fundador y a la cual, amén de su labor educativa, aportó el diseño del escudo y la escultura de chatarra denominada “El Hombre Nuclear”, reinstalada en el año 2001 en el centro de la plaza cívica, tras permanecer por varias décadas en el frente de la institución, como su principal símbolo representativo.

A partir de su renuncia a la dirección de Bellas Artes que ocupaba su tiempo, esfuerzo y pensamiento, casi del todo, su trabajo artístico vuelve a gestarse de manera más intensa e innovadora. Su imaginación descubre en el papel amate y sus “fantasmas”, un extraordinario potencial creativo que el artista alternaría exitosamente con las otras técnicas de su magistral dominio, por el resto de su vida.

Los noventa representan la consagración de su quehacer. Es en esta década cuando el artista ve coronada su trayectoria con el reconocimiento público, académico y oficial. Sus exposiciones cuentan para entonces con una asistencia de público poco antes vista en exposiciones de pintores locales. Su condición de MAESTRO, se refleja en las numerosas invitaciones a participar en muestras colectivas representativas de pintura chihuahuense, en las que lo mismo alterna con jóvenes creadores, como con artistas consagrados a nivel local, nacional e internacional. Su obra mural se ve notablemente incrementada, al ser solicitada para edificaciones, tanto públicas como privadas, encomiendas que, pese a su ya para entonces delicada salud, acoge y realiza con el mismo entusiasmo con el que años atrás pintara “Cadenas de Soledad”, en el estudio de su gran amigo –y compadre- José Fuentes Mares, o murales como el de los periódicos Norte y Novedades, la plaza de toros de Cd. Juárez y el salón de la fama e la Cd. Deportiva, entre otros.

A mediados de esa década, Alberto Carlos celebra sus 45 años en el oficio con una magna exposición retrospectiva en la que logra conjuntar obra de todas sus etapas, recopilada de manos de amigos, familiares y coleccionistas. Aquella exposición sería un extraordinario recuento de su trayectoria y el mayor homenaje que en vida recibiría por parte del público y el Estado chihuahuenses.

Los siguientes 5 años fueron para Alberto Carlos un período en el que, sin el carácter prolífico que siempre le caracterizó, el artista, además de retomar su faceta de maestro, en el taller “La linterna” que se desarrollaba en su estudio particular, continúa pintando obra de caballete de formatos que iban desde los “juguetes”, como les llamaba a pequeños paisajes y bodegones, hasta cuadros de gran formato en los que su creatividad prevalecía intacta, pese a las aguas de borrasca que su precaria salud le traía con cada vez mayor frecuencia. Aquel muchacho veinteañero que encendía un cigarro para ahuyentar a los mosquitos en las clases de paisaje, nunca hubiera imaginado que seguiría saboreando sus emanaciones 40 años más tarde, y que dicha costumbre terminaría por causarle un enfisema pulmonar con el que habría librar una batalla -de antemano perdida- por más de diez años.

En diciembre de 1999, el Instituto Chihuahuense de la Cultura organizaría, en el Centro de Arte Contemporáneo, la que sería la última exposición individual –en vida- del maestro. Bajo el nombre de “Mis Viejos Papeles”, Alberto pondría en exhibición y venta más de un centenar de apuntes de diversas etapas de su carrera, prevaleciendo en cantidad, los estudios antropográficos realizados durante su servicio social en el Istmo de Tehuantepec, durante la segunda mitad de los años cuarenta. El resultado: una inauguración a la que se dio cita una impresionante cantidad de público, gran parte del cual, tuvo que esperar en la explanada del edificio para poder ingresar y apreciar la obra.

El 16 de noviembre de1 año 2000, de manera repentina y “sin pedir permiso”, Alberto Carlos probaba el néctar de la eternidad, llevándose con él la cosecha de cariño, admiración y respeto sembrada durante sus 75 años de vida y 50 de artista, en los que entregó siempre su talento, esfuerzo y amor, al arte y a la cultura de esta tierra que, generosa, le acogiera como su propio hijo.


Chihuahua, Chih., noviembre de 2001.

1 comentario:

  1. Impresionante biografía del artista! Y ahora te platico que Adolfo Quinteros era mi tío abuelo! Un abrazo maestro!

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